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Escuelas de campo: de campesino a campesino

Escuelas de campo: de campesino a campesino

Las escuelas de campo nacieron como una herramienta para ayudar a los agricultores más vulnerables a mejorar y aumentar sus cosechas. Han ayudado a enfrentarse a plagas en Asia, mejorar y aumentar las cosechas en África, con el objetivo de que los agricultores puedan mejorar sus condiciones de vida y ganar la batalla contra el hambre.

Si hay algo que define de forma concisa lo que son las escuelas de campo, eso es la horizontalidad. Las escuelas de campo son una forma participativa de aprendizaje para ayudar a los campesinos a mejorar sus cosechas, aprender sobre alimentación e higiene… Sus principios se encuentran en la colaboración y el empoderamiento y se sustentan en el valor y protagonismo de cada uno de los campesinos.

La metodología nace de la mano de la comunidad, junto a la que se realiza un análisis y diagnóstico participativo. Se trata de potenciar los recursos internos de la zona con la finalidad de dejar de depender tanto de los recursos externos y generar un desarrollo sostenible. Se busca partir de lo más sencillo, para ir adaptando de forma progresiva las soluciones a aquellos problemas más complejos, cuando comienzan a dar resultados concretos los primeros cambios.

Los avances van ocurriendo paso a paso, de forma secuencial, permitiendo la máxima participación de la población campesina. Adecuándose a los requerimientos expresados por cada comunidad. Siempre bajo la flexibilidad que requiere cada paso.

El conocimiento pasa de campesino a campesino

Es clave que las familias campesinas aprendan con la práctica. El 80% de las escuelas de campo se basan en el “hacer”, mientras que sólo el 20% del tiempo se destina a la teoría. Experimentan con lo conocido y poco a poco van introduciendo innovaciones, reforzando así sus conocimientos al mismo tiempo que crece su autoestima y su entusiasmo. De este modo se consigue generar un ambiente positivo y participativo, que facilita el trabajo entre los agricultores. Ellos mismos se convierten en alumnos y profesores.

Existe una cultura de “aprender haciendo” que es respetuosa con los conocimientos previos de cada campesino y con la cultura de cada comunidad. El aprendizaje está centrado en las personas, no en las técnicas.

El objetivo es mejorar la vida de cada uno de los agricultores y de sus familias, mejorar la productividad pero siempre desde un enfoque de desarrollo de lazos familiares, de equidad de género y de respeto por la biodiversidad. Fortalecer el papel de la mujer en el proceso productivo e incorporarlas en la toma de decisiones, fomenta el desarrollo de su autoestima y su liderazgo en comunidad, lo que resulta muy beneficioso tanto para ellas como para su comunidad.

Acción-reflexión-acción

Otros de los principios de las escuelas de campo es que el aprendizaje se basa en primero hacer, después reflexionar sobre lo hecho y, de nuevo, continuar haciendo y aprendiendo. Así, lo aprendido se pone en práctica y las dudas que van surgiendo se resuelven en comunidad. Lo que se transmite, de campesino a campesino, no necesita de personas alfabetizadas pues se hace uso de otras técnicas de transmisión de conocimiento como pueden ser el lenguaje oral (la lengua de cada comunidad), los dibujos o las dinámicas participativas, enseñándose siempre con ejemplos.

En resumen, una escuela de campo es una escuela sin muros. Se convierte en una educación innovadora, donde los agricultores aprenden cómo ser mejor agricultor al observar, analizar y probar nuevas ideas en sus campos. Promueven la solidaridad y reciprocidad entre sus protagonistas, transmitiéndose no sólo conocimientos sino también valores y formando parte de la lucha contra el hambre en su comunidad.